Por: Santiago Uribe Vélez
9 de Mayo de 2007
Desde niño, al lado de mi padre y de mi abuelo materno, aprendí fácilmente a identificar los movimientos de nuestros caballos criollos de trote y galope. Su trote corto sonando a manera de Tas-Tas y su galope reunido marcando un aparente Catorce – Catorce, fueron siempre algo inconfundible. Además, al hablar de un ejemplar trotón se hacía referencia a aquel en cuyo trote se observaba una clara cadencia.
En junio de 1984 debutó en Tulúa el caballo Monarca, famoso por muchas razones. Allí nos encontrábamos don Gustavo Mejía Escobar, fallecido, Raúl Estrada Londoño y yo, los primeros actuando como jueces nacionales y el suscrito como aspirante. Cuando mis maestros estaban a punto de otorgarle el primer puesto a tan importante ejemplar les dije que no estaba de acuerdo con su decisión pues consideraba que Monarca era un caballo muy buen galopero pero que era trochador más no trotón. O furia la de mi amigo Raúl al recriminarme que cómo se me ocurría decir esa barbaridad. Después de mirar de nuevo el caballo por la pista dura, supuestamente, trotando, don Gustavo le dijo a Raúl que yo tenía la razón, Raúl asintió y el caballo no fue tenido en cuenta para la calificación. Los espectadores recibieron con desagrado el fallo aceptando las buenas explicaciones dadas por Raúl. Al mes siguiente, en Buga, Monarca fue el gran campeón trochador galopero y solo perdió en Francia lid, en una feria de La Ceja, con su hijo Príncipe Heredero.
Años después, en una tertulia de amigos, no con pocos aguardientes encima, dije que el caballo Monarca había embellecido la caballada, pero que le había hecho un gran daño, pues la mayoría de sus hijos no eran ni lo uno ni lo otro. Casi me pegan y creo que me salvé de ser golpeado porque el doctor Gabriel Jaime Toro manifestó estar de acuerdo conmigo.
A partir de Monarca, y puede que de otros, empezamos a ver en las pistas ejemplares ejecutando un trote troche raro y particular, por no decir que singular. Los espectadores, especialmente los buenos conocedores, manifestaban confundidos su reproche hacia los jueces por premiar a aquellos que a simple vista se veían caminando como no debía ser. Se había perdido algo nuestro, el trote criollo, algo que no hemos recuperado.
Las causas de esta pérdida tal vez son muchas y las posibles soluciones puedan ser pocas. Sin embargo, podemos recuperarlo mejorando son sensatez el criterio de apareamiento y selección, implantando normas para que en las pistas los concursantes convaliden el andar y sean verdaderamente estrictos en los juzgamientos.
No hay derecho a que el trote de hoy, al que llaman moderno y que tanto gusta a ciertos espectadores y a casi todos los comerciantes, se confunda con la trocha en su velocidad. Me da pena ajena que algunos nuevos caballistas y un numero elevado de aficionados extranjeros no encuentren la diferencia entre el Tas- Tas y el Tras – Tras.
Algo hay que hacer, pues querer casi siempre es poder…….