SALUDO.
PRIMR CAPITULO DEL LIBRO "DESAPRENDER Y APRENDER DE CABALLO" AUTOR HERNAN POSADA, AUTORIZADO POR EL AUTOR LA PUBLICACION DE ESTE CAPITULO Y SU UTILIZACION EN EL ARTICULO QUE USTED PRETENDE, SIEMPRE COMENTANDO LA FUENTE.
LO ENVIO EN DOS PARTES PUES NO ALCANZA EN UNA SOLA.
FELIPE LLERAS
primero
Conversación
Primera
Historias
Recuentos
La mayoría de los autores de libros sobre el caballo, cuando empiezan a escribir, titulan de primero “La historia de los equinos”. Por tal motivo supongo asimilada la información tocante con vocablos como “Eohippus”, “Mesohippus”, “Merychippus”, “Pliohippus”, “Equuus Caballus”, “Prezewaski”, “Poni-celta”, “Masivo de la Edad Media”, “Árabe”, “Paca o Hacanea”, “Berberisco”, y propongo como tema la inquietud por conocer cuándo, cómo y qué personajes concibieron la idea de cristalizar, a partir de los ejemplares traídos por diversos conquistadores al Nuevo Reino de Granada, una raza de caballos de paso suave, de temperamento fogoso, hábil para salvar distancias, noble de carácter, adaptable a nuestra geografía, elegante o garboso y cómodo para sus desempeños.
Cabe subrayar aquí, a la vez que la magnitud de la ambición encerrada en estos propósitos, las limitaciones impuestas por factores fáciles de imaginar: el primero, la carencia de una metodología nacida del conocimiento apto de la genética. La segunda, la oposición práctica de quienes se fijaban metas diferentes, inclusive con la idea del mejoramiento de lo existente, mediante hibridizaciones con otras razas más atractivas para algunos, tendencia extendida hasta hoy, como se verá más adelante, y con resultados siempre engañosos, como es fácil de detectar.
Este prototipo planteado por los primeros criadores de nuestros caballos, debió generarse gracias a la diversidad de factores interactuantes: El primero, la base, o sea ciertas cualidades comunes de los equinos inmigrantes, capaces de sugerir el ideal propuesto; luego, la necesidad de desplazarse por distintos terrenos. Necesidad exigida, tanto por las demandas de la comunicación, como por el deseo siempre humano de la recreación. Se daba otra característica en aquella sociedad, y era la atracción, nacida en las clases burguesas, por lucir lo mejor en esta línea. En el fondo, la competencia nacida de la vanidad. Lo dicho es obvio, ya que la idea de la selección de nuestro caballo no surgió, ni en el seno de la esclavitud negra, ni como producto de inquietudes de grupos indígenas.
Es de advertir la incidencia en la diversidad de criterios y de objetivos secundarios que, con respecto a sus equinos, nacieron en aquellas comunidades burguesas. ¿Las causas?: la incomunicación y la diferencia de medios ecológicos en los cuales se movían. De admirar es, por otra parte, las coincidencias en lo fundamental, a pesar de la diversidad de los factores dichos, influyentes en cada grupo. El modelo ideal trazado para nuestro caballo permaneció siempre. Contribuyeron a su solidificación y a su conquista el mayor intercambio ocurrido con el acuerdo (“nacional”, se podría decir) de la idea de libertad, surgida a fines del siglo XVIII y de sus consecuencias visibles en las llamadas guerras de la independencia.
Es posible inventar objeciones a la anotada interpretación histórica. A esta oposición están sujetas todas las relecturas de los fenómenos vividos por la humanidad en tiempos pasados. Tales objeciones no producen mucho fruto. Más enriquecedor es la búsqueda de nuevas y más sólidas interpretaciones. Esta búsqueda no se ha intentado aún en Colombia.
De todos modos, placentero y aportante es traer a cuento dos de las piezas más notables históricamente: una escrita en el siglo XVIII y otra en el XIX. Fuera de su interés propio, por su ***** y su riqueza, señalan el uso de términos heredados hasta hoy, v. gr. “caballo de paso”:
Primera: Ya en el año 1741 se lee en la obra titulada “Floresta de la Santa Iglesia Catedral de la ciudad y provincia de Santa Marta”, lo siguiente:
“En las Sabanas del Valle tuvo principio la célebre y estimada cría de los Caballos andones. Los que se llaman andones de Sabana, son los que moviendo a un tiempo pies y manos con suma ligereza, llevan el cuerpo tan quieto, que aún no siente el jinete el movimiento, y el curso es tan violento, como si corriese a media rienda; y la prueba del que se aventaja es la serenidad del cuerpo, es llevar el jinete en la mano una tasa o copa llena de agua, y no vertirla o vertirse muy poca. La segunda suerte es la que llaman de camino. Estos son los que mueven a un tiempo la mano y el pie correspondiente, estampando la huella del pie a una cuarta o tercia castellana delante de la mano, y observan la misma quietud del bruto cuerpo; y también con estos se hace la prueba de la taza. La tercera suerte es la de los que llaman de paso; y son los que andan con un género de trochado, que ni es andón ni de camino; pero el movimiento es más sensible, aunque poco molesto. De esta misma calidad es el ganado mular que allí se cría, porque como lo ordinario es que las yeguas madres son ya andonas, ya de camino o de paso, como por herencia sacan el de las madres, no obstante que por el burro padre muden la especie”.
Quizás la perla más valiosa descubierta en esta narración es la palabra y aparición del fenómeno “trocha”, de grande trascendencia en este recorrido.
Pero como pieza de apreciar por todos sus aspectos es oportuno prestar atención y deleitarse con el siguiente pasaje de El Moro, novela casi única en la literatura universal, escrita por ese gran colombiano, escritor y caballista, don José Manuel Marroquín, editada por primera vez en 1898. Dice así por boca de su protagonista:
“Nunca he sabido lo que es echar paso de dos y dos. Mi paso natural es el “gateado”, en el cual parece que, de una vez, no se mueve sino una de las cuatro patas (cuatro golpes isocrónicos?); para descansar o para hacer descansar al jinete, cuando éste merece atenciones, suelo tomar el “trochado”, paso en que se mueven simultáneamente el brazo y la pata opuestos, pero sin librar bruscamente el peso del cuerpo sobre los pies, como se hace cuando se trota, sino sosteniendo ligeramente el cuerpo sobre un brazo y una pata, mientras se pisa con los otros.
A veces tomo otro paso, que es el que debe tomar un caballo bien criado cuando lleva a una señora, y que aparentemente se asemeja al de dos y dos, pero en el cual no asentamos pesadamente y produciendo sacudimiento la mano y la pata de un mismo lado. Sé galopar corto, asentado y parejo, pero los jinetes entendidos cuidan de que no ejercite esta habilidad, porque el hábito de galopar es incompatible con la conservación del buen paso”.
Nótese aquí, como para tener en cuenta más adelante lo siguiente:
Primero. El señor Marroquín, en su inteligencia y con su ciencia equina, no debió quedar muy satisfecho con la claridad producida por su descripción de la trocha. A propósito, se debió hacer varias preguntas para las cuales no encontró respuesta consecuentemente lógica. O no supo definir la trocha de manera adecuada, o no le fue posible adentrarse lo debido en el fenómeno y virtud del llamado “resortaje”.
Segundo. No tuvo a su alcance los datos completos en el momento, para explicar con claridad la diferencia entre su paso “gateado” y el que “debe tomar un caballo bien criado cuando lleva a una señora”.
Tercero. Es una lástima que no explique la razón, tenida como argumento, por los “jinetes entendidos”, para creer que, para galopar es necesario alterar los pasos gateado o trochado propios de El Moro.
Nótese como iban apareciendo términos muy propios en relación con nuestro lenguaje acerca del caballo. Otra palabra acuñada en esas épocas por antioqueños, cundiboyacences y otros habitantes de estas tierras fue el de “Paso Castellano”.
El calificativo “Caballo de paso” procedía del análisis productor de la conclusión consistente en afirmar que el andar de nuestros equinos era una aceleración de su caminar al paso. Aun cuando, al observar ciertos ejemplares famosos, el desprevenido llega al mismo convencimiento, todo el fenómeno es aún motivo de discusión y de estudio.
A propósito, cabe aquí preguntar: ¿caballo colombiano y “caballo criollo de paso colombiano” que usan tantos, no serán la misma expresión? ¿la segunda no encerrará un pleonasmo? ¿no se encontrará en esta misma una afán inútil de precisión? Como esta es una conversación, el interlocutor tiene aquí la palabra.
Volviendo atrás: los nacidos en las primeras décadas del siglo XX en Colombia (y quizás en los países vecinos) aprendimos a usar el adjetivo “castellano” para ponderar la calidad de algunas variedades de razas o especies diferentes, tanto en el reino animal, como en el vegetal. Fue así como designaron a frutas de mejor sabor, como a la “mora de castilla”, por ejemplo. No cabía en el caballo de la gente acomodada y de gusto, el calificar a nuestros equinos escogidos con un genitivo (de Castilla), como en tantas frutas, sino con el adjetivo correspondiente, ¿Y cuál era la esencia de lo descrito con el adjetivo “castellano”?. Bueno, aquello que hasta muy avanzado el siglo XX en nuestro caballo se identificaba con el modelo y meta propuesta por los cultores de antaño; con esta doble característica: de manera natural ejecutaba perfectamente su trocha y el paso fino a voluntad de su jinete. Esta cualidad, como se deja entender, llenaba, dentro de la comodidad, la necesidad de un movimiento más coqueto en la zona urbana y de uno más lógico y más cómodo para caballo y caballero al realizar largos viajes.
Progreso vial en Colombia
La llegada de los automotores a nuestro país y la construcción de caminos aptos para ellos, comunicadores de vecindarios pequeños con nuestras rudimentarias capitales, convencieron a muchos de nuestros coterráneos de que el caballo había perdido su principal objeto, el transporte cómodo. Se había convertido en una ayuda desueta.
El cine y los viajes más fáciles al exterior, acentuaron en algunos colombianos el complejo campesino: en los países más desarrollados, la gente “noble” y los ricos, se movían en equinos de mayor alzada, que exigían vestimentas en uso para los deportes practicados por quienes ocupaban sus lomos. Nuestro caballo, según ellos, no cumplía funciones dignas de gente “culta” y “viajada”.
Este fenómeno, y el de la imposibilidad de muchas familias de desprenderse de sus predios rurales, generó una iniciativa muy “humana” y muy “científica”: elaborar (quizás pensaron en mejorar) una raza de caballos, a partir de los nuestros, dignos de ser mostrados al mundo y aptos para satisfacer el deseo de presentarse a la usanza de los observados en las películas cinematográficas y en los torneos de ingleses o norteamericanos. Tal iniciativa resultó siempre desastrosa para la permanencia del ejemplar considerado de veras colombiano, hasta la aparición del “hippismo” en el mundo. Sin embargo, de esta época en adelante (¿años y década de 1960?) algún ensayo de estos, según algunos, resultó exitoso. Tesis esta no fácil de demostrar.
Últimos años
A partir de la época últimamente citada, la dinámica histórica de la mayor parte del mundo se realizó a “los botes”. Cambios radicales en todos los aspectos de la vida humana se han podido detectar con gran claridad. Una característica del cambio, observable en todas las culturas, ha sido la aceleración y exaltación de una tendencia de este homínido, consistente en el afán de hacerse notar en su ambiente, con el deseo de que todo el mundo se dé cuenta cuando él responde “Presente”: Es el “protagonismo”. Pues bien, ficha de este juego fue también nuestro caballo. Era necesario anteponer cualquier criterio sustentado por los creadores de nuestros equinos a la vanidad, traducida en el deseo de fama personal, de dinero o de poder. Por tal razón se ha interpuesto el éxito de la competencia al placer de cabalgar con comodidad; el afán del dinero rápido a la conservación de un patrimonio orgullo de generaciones; la artificialidad en los andares, a la autenticidad, fruto de la selección con sabiduría; etc.
Aparición de una nueva trocha
Hasta la época que nos ocupa se había experimentado la introducción de sangres equinas extrañas en nuestro país, dando como resultado la convicción colectiva de la vulnerabilidad de la raza del caballo de paso colombiano. Ya lo hemos dicho: todos los intentos hibridizantes habían desembocado en fracaso. Por lo menos así fueron considerados por los expertos. Tal vez existía una imagen muy celosamente conservadora de nuestro caballo. Un intento, sin embargo, significó un “progreso” que, si no hubiera sido por la eliminación de arduas conquistas anteriores, sino con adición de nuevos fenómenos, no hubiera sido tan irracional: el cruce de un caballo portugués de rejoneo con una yegua de paso colombiano, actualizó el gusto y el trabajo por experimentar el trote recogido. Tal experimento, en apariencia resultó beneficioso: una hija de dicho apareamiento produjo, con un caballo de paso colombiano, un ejemplar macho de características variadas muy apreciables: su docilidad, su versatilidad en los andares y su capacidad de producir y reproducir con yeguas colombianas diferentes modalidades de movimientos, en sus hijos y en sus descendientes en diversos grados, hizo que se oyera un grito de triunfo. Tal variedad de aires o andares, casi siempre productos del azar, resultantes de cruces sucesivos (repetitivos), en muchos casos abusando de la consanguinidad, no sólo han producido ejemplares dignos de admirar, sino que demuestran la dificultad genética para cristalizar, por hibridación, un producto diferente a aquel con el cual se inició el proceso.
Entre estos resultados el más sobresaliente ha sido la ejecución de una “nueva” trocha. Más vistosa que la tradicional colombiana, con recuerdos de los movimientos del caballo de rejoneo, pero menos suave y menos cómoda. Esto no sólo por lo tocante, a su misma ejecución, sino al talento grande requerido en el montador para obtenerla de ejemplares, en gran número, naturalmente trotones de suyo, y sin mucha gracia en ese andar.
No sólo apareció este fenómeno con la introducción de tan extraña sangre en nuestra caballada, sino otro más increíble: el de los ejemplares capaces de ejecutar con maestría la trocha y el galope. Los caballistas experimentados en Colombia y los estudiosos jóvenes hacen esfuerzos por explicar algo inimaginable para quienes consideran como factor esencial de suavidad de la trocha colombiana, la rapidez de movimientos. Convencidos viven ellos de la imposibilidad, sin enredarse en sus ejecuciones, del tránsito de un equino de una a otra de estas modalidades.